La semana pasada la vida me cacheteó. Feo, feeeeo. La cachetada más violenta e inesperada de mi vida.
Lo que pasó es que en cuestión de un segundo se tronó una burbuja de ilusión en la que me encontraba flotado felizmente, me caí de hocico al suelo, y me hice testigo de las cosas tan horribles que pueden hacer los humanos cuando se encuentran en estado de oscuridad. Shock. Mucho shock. La realidad como la conocía se desintegró de la nada.
Después del shock vino el ¿porqué?, que creo que es la reacción automática cuando llega la vida y nos arruina los planes. ¿Neta, neta, porqué?
¿Porqué a mí que le hecho tantas ganas?, ¿porqué a mi que trato de vivir en todo momento desde el amor?, ¿porqué a mí que he trabajado tanto en sanarme?, ¿porqué en este momento que ya estoy lidiando con tantas otras cosas?, ¿porqué más lecciones? Ya estoy HARTA de las lecciones.
Lo más fácil siempre va a ser entrar en papel de víctima, culpar al Universo, mentarle la madre. Yo claro que se la menté, porque está bien; está bien que duela, está bien estar enojada y desconcertada, pero a ver Jimena, ¿no habías escrito justo una semana antes que pase lo que pase vas a fluir y, sobre todo, a CONFIAR? ¿No que todo lo que sucede es perfecto y es una oportunidad para aprender, crecer y acercarte más a la luz?
¿Para qué? Mejor pregúntate eso.
¿Para qué se está presentando esto en tu vida?, ¿para qué aprendizaje?, ¿para descubrir y trabajar en qué parte de ti?, ¿para qué necesitas esta lección?, ¿aparte de dónde sacaste que ya habías terminado con las lecciones?
Tirada en el suelo (metafóricamente) y viendo cómo las partículas de mi ilusión se desintegraban lentamente, me di cuenta de lo equivocada que estaba.
Meses atrás me había enfrentado a una prueba similar que requirió absolutamente todo de mí para pasarla, y la pasé. Me costó tanto que en verdad yo pensé que ya me había graduado, que esa había sido mi gran prueba y, que si tomaba el aprendizaje, todo lo siguiente fluiría con ligereza. Fue una situación que me llevó a hacer muchísimo trabajo, a ver mis sombras, re-programar sistemas de creencias, fijar estándares, sentirme merecedora, elevar mi vibración.
Habiendo desbloqueado muchos niveles internos, empecé a visualizar una mejor historia para la nueva yo, e hice todo lo que estaba en mi poder para manifestarla, y se manifestó. Llegó una realidad que se veía y sentía exactamente como la había pedido, pero aún mejor. Llena de gratitud por recibir este regalo, me atreví a pensar que era el resultado de una chamba interna exitosa. Si todo esto llegó manifestado a mi tal como lo pedí, es porque obvio ya me corresponde gozar los frutos, ¿no? Quería tanto que fuera así y se sentía tan real y tan auténtico que asumí que sí lo era.
Pero de repente ya no hay nada, y todo lo que pensaba que era no era, y no me queda de otra más que rendir el control que nunca tuve y ser humilde; ser humilde y reconocer lo que único que sé es que no sé nada.
Asumí, creí, pensé, quería. Ahora puedo ver tan claramente porque la vida me tenía que cachetear. Todos esos adjetivos son del ego, de ese maldito ego escurridizo que sabe camuflagearse tan bien para endulzarte el oido y volverte a atrapar en su historia.
El ego espiritual, en mi experiencia, es el más peligroso de todos porque es tan difícil de identificar. Cuando estás en un camino de expansión y crecimiento en el que empiezas a experimentar magia constantemente, es fácil asumir que ya todo es y va a seguir siendo mágico, y más cuando, como yo, eres experta en acomodar cada señal, número, canción o sincronicidad como confirmación de que el cuento de hadas en tu cabeza es cierto.
Pero la vida eventualmente llegará a romper la ilusión del ego, porque de eso se trata la vida. Y cuando pasa no queda más que reconocer que aunque estés haciendo el trabajo y vayas aprendiendo cosas, aún queda mucho, mucho más por aprender.
La lección que me llevo es que la vida nunca me va a dejar de aleccionar. No va a permitirme pensar que estoy en la cima sin darme una cachetada que me regrese al suelo; a la humildad de reconocer que por más que piense saber, no sé nada, y a recordarme que soy humana, viviendo una experiencia humana, en un planeta humano el cual está diseñado especificamente para aprender.
Además de que no me va a dejar de enseñar, tampoco me va a hacer las lecciones más fáciles, que es algo que me dolió de este último madrazo. ¿Neta porqué tan pinche difícil?, ¿pero porqué me la pondrían fácil?
Yo siempre he dejado claro al Universo que estoy suscrita a la búsqueda de la verdad, de crecer y de expanderme. Para eso estoy aquí, y darme lecciones más fáciles sería como un físico culturista que cada vez que va al gimnasio carga más ligero. Es al revés, te retas a cargar más pesado porque cada vez eres más fuerte, porque puedes más y porque quieres seguir fortaleciéndote y superándote.
Además no estoy aquí para compararme con nadie, que es algo que también intenta hacer mi ego. Si mis pruebas son más o menos pesadas que las de los demás, no significa que yo sea mejor o peor o más o menos bendecida por la vida. Las lecciones te encuentran justo en el punto en el que estás, así que si yo cargo 100 y alguien carga 15 o 500 no lo hace diferente, ya que el esfuerzo es relativo a la capacidad de cada quien. Las experiencias, aunque diferente para todos, terminan exigiéndonos lo mismo y retándonos igual. Ese es el punto.
Pero bueno, ya que tengo perspectiva de nuevo, elijo no irme al victimismo sino a entender que la vida no me cacheteó por algo, sino para algo. Necesitaba que se rompiera mi ilusión para ver claramente, verme claramente. Y es aquí donde SI entra el poder de la espiritualidad: en la comprensión de que la vida no me está sucediendo a mí sino para mí.
Es aquí donde saco todas mis herramientas y todas mis fuerzas para cargar el peso que tengo enfrente no desde un lugar de queja sino desde un entendimiento que se me está presentando un reto para hacerme fuerte. Si pesa 15 o 100 da igual, lo que tengo enfrente es lo que me toca cargar y si no pudiera no estaría enfrente de mí.
Tener herramientas espirituales no me va a traer retos más sencillos, pero me va a hacer más sencillo observar desde el amor, rendirme ante lo que es y tomarlo con gracia. Las herramientas no son para prevenir el dolor, sino para prevenir el sufrimiento. Me permiten perdonarme más rápido por no saber lo que no sabía hasta que llegó la vida a enseñármelo; a enseñarme que no importa lo mucho que viva y aprenda, soy igual de débil o fuerte que todos los demás, porque pasar de cargar 10 a 15 o 95 a 100 se siente igual y requiere lo mismo.
Así que de verdad, yo solo sé que no sé nada. No sé cuántas veces más lo tenga que volver a aprender, o quizá es de esas lecciones que nunca dejan de llegar. Pero aquí seguiré, dispuesta a tomar los retos, a cargar pesado y a tener la humildad de reconocer que lo único que eso significa es que estoy avanzando.
Al final del día eso es lo que quería, ¿no? Crecer y aprender infinitamente.
¡A tomar todos nuestros aprendizajes con gracia!
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-Jimena
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